Sunday, 19 de May de 2024

Dichosos los ojos

Viernes, 15 Marzo 2013 00:12
Laura Martín

Habemus Francisco I

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Cuando un cardenal es elegido papa se le pide que elija un nombre pues, simbólicamente, su envergadura lo convierte en un hombre nuevo, representante de Dios en la Tierra.  Para elegir el nombre que usará en su pontificado tiene tres opciones fundamentales: usar su propio nombre latinizado, adoptar el de un santo de su devoción o el de alguno de sus antecesores. Cabe señalar que la excepción hace la regla, pues  se dice que Juan XXIII adoptó ese nombre por ser el de su padre.

Si bien el primer pontífice en la historia del catolicismo cambió su nombre original, Simón, por el de Pedro, la costumbre de adoptar un nuevo nombre data de poco antes del año 1000.

El primer nombre que fue escogido por varios pontífices fue el de Sixto. Entre los nombres más populares entre los Papas Juan se lleva la palma, pues ha sido elegido 23 veces. De ahí le siguen  Gregorio 15 veces, Benedicto 16, Clemente 14, León 13, Inocencio 12, Pío 12, Esteban 9, Urbano 8, Alejandro 7, Adriano 6, Paulo 6, Sixto 5, Martín 5, Nicolás 5, Celestino 5, Anastasio 4 y Honorio 4.

El único nombre compuesto ha sido Juan Pablo.  El  desafortunado papa, elegido en 1978 y  quien apenas estuvo un mes en el cargo,  recurrió a un nombre compuesto con la intención de honrar e  imitar a dos de sus predecesores: Juan XXIII y Pablo VI. Por cierto, este último tomó su nombre de Pablo, evangelizador en tiempos de los primeros cristianos, y le hizo homenaje al haber sido el primer pontífice en viajar por el mundo para buscar adeptos al catolicismo.

Ahora habemus Francisco I.  A la luz del tiempo pasado, tras la renuncia a su cargo vitalicio, podemos inferir que  Benedicto XVI  seguramente pensó en ser llamado como  su predecesor Benedicto XV, no por una mera casualidad, sino porque éste vivió un periodo de terrible inestabilidad en el mundo  (1914-1922), pero sobre todo  de duros conflictos en el seno mismo  de la Iglesia Católica. De ahí suponemos que el hoy “Papa emérito” sabía muy bien que los demonios andaban sueltos.

Así las cosas, no parece una elección gratuita que el cardenal Jorge Mario Bergoglio haya querido llamarse Francisco, como tampoco lo parece que se haya elegido el primer papa de origen latinoamericano en la historia,  cuando bien sabemos que es, precisamente en la región, donde está el futuro (de haberlo) de la Iglesia Católica. Tampoco parece producto de la casualidad  el  que se trate del primer pontífice perteneciente a la orden religiosa fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, la cual goza de buena imagen a nivel  internacional y  después de haber estado prácticamente marginada dentro del Vaticano en las últimas décadas. 

El cardenal Bergoglio ha escogido ser Francisco I por el ejemplo de sencillez y austeridad de  San Francisco de Asís, canonizado por Gregorio IX en 1228.  No es de extrañar que habiendo nacido argentino sea futbolero a morir, ni tampoco que haya querido ser Francisco este hombre  quien se hace él mismo la comida, tiene un carácter reservado, se caracteriza por lo austero en cuanto a lo material  y frecuentemente señala en sus discursos y homilías la injusticia y la desigualdad tan característica de América Latina.

De lo que no podemos estar tan  seguros es si  este hombre, que desde los veinte años vive con un solo pulmón,  escogió su nuevo nombre por haber sido San Francisco el fundador de una orden que buscaba la renovación de la iglesia.  Aquí la cosa no está tan clara; pues nuestro recién estrenado pontífice es un hombre  más bien ortodoxo y  no aprueba el aborto ni las uniones homosexuales.

Lo cierto es que habemus Francisco I, jesuita y latinoamericano. Si será Francisco sin reticencias, eso ya lo veremos.