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Dichosos los ojos

Jueves, 30 Mayo 2013 21:49
Laura Martín

Cantona: una ciudad olvidada

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A veces los caminos deparan sorpresas. Allá en el altiplano central, por la carretera federal 149, que pasa por Libres, Puebla, al norte de la sierra oriental, está Cantona.

A muchos mexicanos, si no es que a la mayoría, este nombre no les dirá nada a pesar de que Cantona fue una de las ciudades prehispánicas más grandes de toda Mesoamérica.

Sobre su existencia habló, a finales del siglo XVIII, José Antonio Alzate, aunque es al francés Henri de Saussure a quien se considera oficialmente su descubridor. Este último, tras años de búsqueda, encuentra Cantona en 1855.

Sin embargo, no sería hasta 1930 que empiezan a llevarse a cabo investigaciones más formales del sitio, y es apenas en 1993 cuando se realizan los trabajos de rescate.

Durante esos años, Cantona sufrió numerosos saqueos. Prueba de ello son las muchas fosas excavadas que allí se encontraron.

Su nombre viene de caltonac: “la casa del sol” y se levanta entre los municipios de Tepeyahualco y Cuyoaco, en medio de una tierra de yucas, magueyes, nopales y una que otra conífera que se resiste a perecer.

Se piensa que fueron los olmecas chicalalas quienes crearon la ciudad, la cual llegó a tener una población de unos 80 mil habitantes; una auténtica megalópolis para la época.

Cantona fue un punto de comunicación y paso obligado de las rutas comerciales entre los habitantes del altiplano central y los del Golfo Sur. Fue por ello rival de Teotihuacán, al obstaculizarle el paso de mercancías. Se piensa que esto contribuyó al declive de la también llamada “Ciudad de los Dioses”.

Sin embargo, para el año 1000 el deterioro ecológico de Cantona hizo que la ciudad no pudiera soportar sus demandas demográficas y fue abandonada definitivamente en el 1050 a.c.

De entre las mercancías controladas por los habitantes de Cantona, la obsidiana fue, sin duda, la gran estrella. Era  extraída en su mayoría del volcán Citlaltépetl y se trabajaba en los múltiples talleres de la ciudad.

La región de este asentamiento es altamente volcánica. La urbe se edificó sobre un derrame basáltico del volcán Jalapasco y en los alrededores están también el volcán Atlitzin y el Cofre de Perote, así como las lagunas de Alchichica y Quecholac, formadas por calderas volcánicas.

Cantona, cuya extensión es de unos 12 kilómetro cuadrados, se distingue por el trazo asimétrico que se adapta de forma armónica a la orografía del lugar.

En las excavaciones, que no llegan ni al 2 por ciento de la extensión total de la ciudad, se han descubierto centenares de restos de altares, pirámides, aposentos, rampas, calzadas, muros, pasillos y callejones. Además, se calcula que hay allí existen unos 24 juegos de pelota. Esto hace pensar que pudiera haber sido la ciudad más urbanizada del México prehispánico.

Llama la atención su estilo constructivo, puesto que las piedras fueron dispuestas a hueso, es decir, unas junto a otras, sin ningún tipo de pegamento. La ingeniería de construcción resultó todo un éxito por demás demostrado tras mil años en los cuales dichas edificaciones han aguantado las inclemencias del tiempo y la destrucción de los saqueadores durante más de medio siglo.

Se sabe que para los habitantes de Cantona la defensa de la ciudad  fue de vital importancia, dado la altura de sus muros y a que realizaban sacrificios humanos.

En fin, quería contarles que en los caminos de México todavía hay muchas cosas por descubrir. Quería que supieran, los que no la habían oído ni nombrar, que allí está Cantona, vigilada por volcanes, entre los 2500 y 2600 metros sobre el nivel del mar. Quería decirles que en una llanura fría, de tierra semidesértica, hubo una vez una gran ciudad, cuyos vestigios vale la pena conocer.