Sunday, 19 de May de 2024

Dichosos los ojos

Domingo, 31 Marzo 2013 16:59
Laura Martín

Acapulco bien vale un clavado

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Hacía muchos años que no iba por allí, al viejo Acapulco tan venido a menos y a donde le gustaba llevarnos a mi padre cuando éramos pequeños. El escenario no podía ser más imponente y, aunque uno ya haya estado ahí varias veces, vuelve a conmover. La ensenada estrecha y lo agreste del acantilado lo hacen inconfundible por su belleza y por la inevitable sensación de peligrosidad que se respira desde los miradores.

Aún hoy, a pesar de la publicitada violencia del puerto, en La Quebrada se pueden encontrar personas de todo tipo: desde niños mugrosos hasta gringas destrampadas; desde jóvenes fresas hasta turistas chinos. La entrada al espectáculo cuesta treinta y cinco pesos y hay cuatro funciones diarias.   

La emoción empieza desde que los jóvenes trepan por el risco. Resulta increíble la habilidad que demuestran al subir entre las hendiduras de la montaña, mientras allá, contra las rocas, revientan las olas con una fuerza extraordinaria. Arriba, en la punta del acantilado, espera el altar inconfundible. El ritual, como las olas que no dejan de golpear las rocas, se repite una y otra vez: el clavadista reza a la virgen que está dentro de una pequeñísima capilla iluminada por luces neón. Le pide que todo salga bien.

Antes de lanzarse, el clavadista debe medir el movimiento de las olas, la marea y el viento, de tal suerte que el salto al vacío sea en el momento preciso, ni antes, ni después; cuando las rocas del fondo queden  a unos 4.5 m. de profundidad. Es entonces cuando realiza un impulso hacia adelante para evitar caer sobre las paredes de piedra y  se ve caer el cuerpo en picada hacia el fondo del acantilado a una velocidad de 100 km/h. El recorrido dura apenas unos 3 segundos, que en el estómago del espectador se sienten como una eternidad. El momento es de ésos que quieres ver y no ver, que sorprende, que da miedo, que inevitablemente levanta la admiración de los asistentes.

Y es que, el de los clavadistas de La Quebrada es, sin duda, un espectáculo único, singular y sorprendente, donde un error sí puede resultar fatal. Los clavadistas se arriesgan a perforaciones de  tímpanos, huesos rotos, contusiones, desprendimiento de retinas y, por supuesto, hasta a perder la vida.

El clavado puede sersencillo, de avión tradicional, doble, con antorchas o con piruetas. En el acantilado de La Quebrada hay varios puntos desde los cuales se lanzan los clavadistas:  La Pancita, con menos de 30 metros de altura, Las Letras con 28 metros de altura; La Virgen (33 metros), La Cresta (35 metros) y por último, El Abismo (35 metros). Este último es el más peligroso de todos, así que quien se tira de ahí se queda con la mitad de las propinas que dejan los turistas.

El entrenamiento de estos jóvenes corre a cargo de la Asociación de Clavadistas Profesionales de Acapulco, una agrupación que exige a sus miembros un durísimo entrenamiento y  donde resulta obligatorio empezar realizando actividades como limpiar la basura del agua para que los clavadistas no se lastimen, recibir los boletosde entradao  recoger las propinas al finalizar el espectáculo.

Son ya más de setenta años que se lleva a cabo esta  tradición, quizá la más icónica del puerto de Acapulco.Los primeros clavadistas eran hijos de los pescadores que se lanzaban al mar para desenganchar los anzuelos atascados entre las rocas del fondo.Dicen que esto de echarse por La Quebrada se inició a principios de los años cuarenta cuando un joven y su grupo de amigos se lanzaron desde las diferentes alturas para impresionar a los turistas. 

Quién podría negar que La Quebrada y sus clavadistas inevitablemente a la memoria cuando se piensa en el patrimonio turístico no sólo del puerto de Acapulco sino también de México. Lo que pasa ahí todos los días, sea el espectador mexicano, gringo o ruso, viejo o joven, pobre o rico, levanta la admiración y el respeto de todos.

Esun sitio, qué duda cabe, a donde se debe ir y se debe volver. La de La Quebrada, con todo y sus héroes, es una foto obligada para todo aquel que se precie de conocer nuestro país.

Si Paris bien vale una misa, Acapulco bien  vale mirar los clavados de La Quebrada.