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La Regla 18

Lunes, 17 Junio 2013 19:52

Que alguien me explique

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El prejuicio es una eminente manifestación de ignorancia. El juicio se basa en fundamentos y abarca hasta lo que otorga. Hoy existen garantías para juzgar.

Me imagino, pero nunca lo he vivido y supongo, nunca lo viviré. No entiendo y me invade la incertidumbre de que sensación supone el estar parado al fondo de un Estadio Azteca lleno a pesar de las condiciones de animadversión que acarrean un cúmulo de actos de displicencia. No concibo una actitud de desdeño y sin respuesta.

La siempre eterna y cansada afición respaldando sus recientes fracasos. La exige y sin embargo la ampara. La contempla con ojos de fe y no prescinde de ella. Le confía su orgullo, su estabilidad emocional y su sueño más inverosímil. Se enfunda en una camiseta tricolor, le da prioridad en su rutina y acude al estadio a pesar de todo; un todo que abarca alegrías efímeras y golpes simbólicos de alevosía. Estar a pesar de que no esté; es el cometido de un país que busca remediar la rebeldía de su protegido hasta que traicione su confianza.

Lo externo influye de más y lo interno pareciera no intervenir. Busca resultados de todos lados menos de jugar bien al fútbol, la forma pura y sencilla de cosechar lo factible, y hace caso omiso del respaldo de su único afín.

El desamparado objetivo no tiene remedio externo y su mejora radica en el buen tratar del balón, aunque así no lo entiendan. La traición y la frustración inauguran el escenario de desdén. La confianza se evapora como nube que nunca quiso estar ahí. La afición impotente y exhausta. La Selección agonizando.

Por fortuna, la resignación no tiene cabida.

El inconforme subjetivo señala a un individuo culpable, el ecuánime, considera a un conjunto. Los verdaderos culpables hablan con trivialidad. El compromiso busca albergue en la boca de algún valiente caballero. Las estrepitosas actuaciones locales se convierten en una absurda y reprochable falta de respeto a su propia fortaleza, en donde el rival ya ni se inmuta y se pasea al alarido del "sí se puede". La obligación, cuyo papel debía enriquecerse únicamente del compromiso, comprendía una presión recóndita que buscaba protagonismo en el proceso y dependía de actuaciones indolentes y desfavorables del conjunto Tricolor para manifestarse a placer.

La Selección Nacional auto nombró su eliminatoria, como queriendo vender una historia jamás contada.

El obligado y ahora, presionado conjunto tricolor, ha herido el orgullo de millones de mexicanos, ha herido al fútbol, ha herido su propia casa y ha ultimado la poca credibilidad que quedaba de un proyecto que vendía glorias invaluables. Y  tan mediocre es la competencia, que aún mantiene viva la esperanza de llegar a Brasil en una comodidad aberrante.

Mientras el país regresa a su insalubre cotidianidad en un ánimo de rechazo unilateral, la Selección encuentra en la Copa Confederaciones una oportunidad de redimirse ante su pueblo. No tiene nada que perder y tiene mucho que ganar. Busca desesperadamente la amnesia de un país entero que al amanecer sólo recuerde el "quien soy" y se olvide del "de dónde vengo", porque así de sencillo supone el perdón.

 El aficionado a esperar y el seleccionado a resucitar. Es lo que queda.