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Otro milagro. Fútbol y esas cosas que tiene. El Azteca y esa portería. De un gol que disfrazaba la agonía, a la agonía disfrazada de gol. Sí, de un golazo.
En ese trance amargo en que Hernández y Tejada enmudecían al Azteca con sus respectivos actos sin querer queriendo, el sueño, tan inverosímil sueño de llegar al Mundial, se esfumaba en diez minutos que calaba en el orgullo de cada mexicano presente y omnipresente.
Otro partido más corriente que común. Sangre, sudor y lágrimas. Nada de fútbol. Nada de nada y todo de nada. Una noche tan fría que solo podía encontrar calidez en ese gol. México continúa en ese camino oportuno de estar en Brasil a costa de la fortuna. Un regalo sin merecerlo. Una circunstancia del destino. Esa que no respeta, no da créditos, no se compadece y no premia. O todo lo contrario.
Ya no existen garantías. Hoy ya no. No hay más. Sólo creámosle a ese minuto en el que se detuvo el tiempo. Ni siquiera a Raúl, sólo a esa obra de arte que parece un ajuste de cuentas entre México y la historia. La realidad aún incierta es mérito de los que estuvieron algún día, no de los que están.
Que rían los que tengan que reír y que lloren los que tengan que llorar. Total dicen que cantando se alegran los corazones.