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La vida decide cuando estás listo y llevaba meses rogándote a escondidas una oportunidad, no por ella, sino por ti. Quería convertirte en ese nuevo héroe nacional al que alabáramos por una hazaña que ni siquiera fuera digna de nombrarse tuya. Pero así es la vida, tan benévola que no renunció a tu primera negativa y perseveró, porque era el momento de cambiar tu comodidad por nuestra incómoda comodidad. Finalmente se rindió.
No es casualidad que tus cualidades futbolísticas tomarán un rumbo distinto al que venías acostumbrado a llevar. Sabia la vida que te preparó. Pasaste súbitamente de ser el plebeyo a ser el rey, y el conformismo te esclavizó al trono, quizá por el desconcierto de habitar un escenario desconocido, quizá por inmadurez. Sin embargo, el cielo es el límite, y la felicidad no dura para siempre.
Lamentablemente, tal parece que la vida no te enseñó que el que no arriesga no gana. Y ahí se equivocó. La idiosincrasia mexicana te posicionaba en una situación en la que la agonía del momento te daba mucho que ganar y nada que perder. Sólo con estar, era suficiente.
El que calla otorga y tus reiteradas negativas, prolongadas al silencio, se interpretan entre la línea que comprende la burla y el destierro. El aficionado mexicano, te bajó ya, de este trono en el que te tenía, a pesar de tu sentido de pertenencia y tu innegable realidad.
Tú, precisamente tú, sabes que la vida desgraciada o afortunadamente responde a hacer méritos suficientes para ser considerado en ella, y tu actitud se equivocó. Fuese cual fuese la razón.
Kilómetro 24 y lo que parecía ser el comienzo de la recta, ha vuelto una vez más al tramo de las curvas. Por suerte, el descenso se ve a lo lejos, aunque ya no existe acotamiento y el precipicio sería la única salida.