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España, actual campeona del mundo, acogida en la gloria. Brasil el cinco veces campeón, con 8 años de ver la gloria a lo lejos.
La Confederaciones representaba un escalón para los cariocas y significaba una consumación para los españoles.
El pasado reciente no favorecía “La Canarinha”, y por el contrario, respaldaba a “La Roja”.
El mundo estaba empezando a tener una fe inquebrantable en una generación que nos acostumbró a la victoria concebida en ese fútbol puro. Los españoles fieles a su filosofía, hacían a los aficionados enamoradizos del juego, olvidarse del pasado y creer en un invencible a pesar de cualquier condición adversa.
La historia le pertenecía a Brasil y tenía la necesidad de evocar esos tiempos de gloria para despertar a un mundo fascinado por las maravillas concebidas por el amo y señor del juego en la actualidad, quizá, el maleante que les arrebató su “Jogo Bonito”.
El escenario era el esperado por todo aquel amante del espectáculo. Esa combinación de pasado y actualidad, aunado a las cualidades individuales de ambas selecciones, abrían espacio a un encuentro de altas expectativas. La balanza no contemplaba la localía y se inclinaba hacia los ibéricos. El favoritismo era espejismo de una “moda” que muchos no estaban dispuestos a ver convertirse en olvido.
Un Brasil, posiblemente dudoso en su fútbol, no veía el Maracaná como templo de rendición, sino como marco de reivindicación. La afición jugaba su partido desde cada ámbito externo que influyera en el odiado rival.
El eterno espíritu del Scratch du Oro reencarnó en una selección que se reencontró con su historia y acabó, si acaso por poco, con la de una España abatida. El "Jogo Bonito" tenía destinado regresar a los pies de su creador.
Brasil ganó credulidad e incrementó sus aspiraciones en lo futbolístico para un regreso de ensueño a sus épocas de oro.
El ingenuo soñador despertó de su convencimiento: España no es invencible.
Y entonces surge la incógnita y empieza el análisis…