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Cultura para mortales

Miércoles, 29 Enero 2014 06:23
Sarah Banderas

El Templo Mayor: rescatando la identidad

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Cuando Bernal Díaz del Castillo y los cuatrocientos soldados que acompañaban a Cortés entraron por primera vez a la que sería la Ciudad de México, se quedaron maravillados al ver pueblos enteros con sus calzadas y sus imponentes templos, edificados sobre el agua. Era tal su sorpresa que no sabían cómo describirlo  “nuestros soldados decían que si aquello que veían si era entre sueños”…

Dos años después tuvo lugar la guerra de conquista y el mismo Bernal narró que los mexicas -soldados y pobladores por igual- lucharon sin tregua, sin rendirse, razón por lo cual -con mucho pesar para los españoles, según lo dice-, tuvieron que destruir la ciudad: quemar las casas, los templos, puentes y acueductos, hasta dejarlo todo en ruinas.

Y sobre las ruinas de la gran Tenochtitlán se fundó la Nueva España.

El Templo Mayor

En el corazón de la gran Ciudad de México, escondido aún, se asoman los restos del Templo Mayor. Hoy parecería que huye de la vista de los transeúntes, pero hace quinientos años, se levantaba como el gigante que domina su horizonte. Bernal cuenta que desde la cima se podía admirar completo el valle de México y sus poblaciones aledañas.

Su descubrimiento es relativamente reciente. En 1978 trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro encontraron la piedra de la Coyolxauhqui en las calles de Guatemala y Argentina. A partir de ese momento comenzó el rescate de la zona arqueológica y hasta la fecha se siguen encontrando  piezas y restos que nos van revelando poco a poco, quienes fuimos y lo que hoy somos.

Cuando uno recorre el pequeño recinto (pequeño comparado con la inmensidad que debió ser) y se detiene frente a los que fueron los altares más importantes dedicados a Huitzilopochtli (Uichilobos como lo nombró Bernal) y Tláloc (con su Chac-mool guardián), no puede evitar sentir  nostalgia e indignación de saber que debajo del suelo están nuestras raíces destruidas.

Mi indignación crece al observar cómo el templo sagrado fue atravesado (dividiéndolo en dos) por el drenaje realizado en la época de Porfirio Díaz. Los responsables nunca se percataron del tesoro que estaban profanando.

Por un instante me imagino demoliendo todo para recuperar ese vacío en nuestra identidad. Pero al contemplar los edificios coloniales, erigidos con los restos de la derrota mexica, recuerdo con resignación que también son pilares de nuestra historia, aunque la herida todavía duela.

El gran cu (como lo denominó Bernal) fue construido en siete etapas antes de la llegada de Cortés. Es decir, cada gobernante ampliaba el templo sobre lo que ya estaba construido. En algunas partes se pueden apreciar las capas y las distintas piedras y materiales utilizados.

Además de los altares, el templo consta del Palacio de los Guerreros Águila y Jaguar, recintos donde se reunían los soldados mexicas para recibir instrucción militar. Aún se conservan las figuras talladas en los muros y algunas con sus colores originales.

Y mientras continúo el camino que me transporta quinientos años atrás, me sale al encuentro un tzompantli, pequeño altar cubierto por cráneos: espeluznante al pensar que se constituye de cuerpos humanos, pero fascinante porque nos muestra un poco sobre los ritos de nuestros antepasados.

Al terminar el recorrido de la zona arqueológica, me encuentro con el “Museo del Templo Mayor” edificado para albergar las piezas que se han ido encontrando. En él, reposa la piedra de la Coyolxauhqui: la diosa se encuentra desmembrada porque su hermano Huitzilopochtli la asesinó al descubrir que pretendía matar a su diosa madre Coatlicue.

Pero hay otro monolito que roba la atención, es Tlaltecuhtli, señor/señora de la tierra, el que da y quita la vida. La piedra encontrada conserva su color original rosado, lo que la vuelve más atractiva que la Coyolxauhqui además de que sus dimensiones son mayores. Este hallazgo se realizó en el 2006 y fue posible gracias a que algunos inmuebles del Centro Histórico se encontraban en pésimas condiciones y el gobierno del Distrito Federal autorizó su demolición.

…Entonces

Por historia, por cultura, por orgullo, por amor, por curiosidad es obligatorio conocer el Templo Mayor. Deténganse en la estación del metro “Zócalo” a contemplar la maqueta que representa lo que quizás fue el corazón de la gran Tenochtitlán.

By the way…

Recordando a nuestro gran escritor José Emilio Pacheco, quien en 1969 escribió:

Crónica de Indias

...porque como los hombres no somos todos muy buenos...

                                                              Bernal Díaz del Castillo

Después de mucho navegar

por el oscuro océano amenazante, encontramos

tierras bullentes en metales, ciudades

que la imaginación nunca ha descrito, riquezas,

hombres sin arcabuces ni caballos.

Con objeto de propagar la fe

y arrancarlos de su inhumana vida salvaje,

arrasamos los templos, dimos muerte

a cuanto natural se nos opuso.

Para evitarles tentaciones

confiscamos su oro.

Para hacerlos humildes

los marcamos a fuego y aherrojamos.

Dios bendiga esta empresa

hecha en Su Nombre.