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Lunes, 24 Junio 2013 17:18

'El trovador' cumple, pero no brilla

Por sus dificultades, cantar esta ópera resulta una prueba de fuego, un 'tour de force'.

Por : Milenio

La característica principal de Il Trovatore (1853) es su asombrosa vitalidad. Es una de las óperas más difíciles de cantar. Afirmaba Toscanini que Il Trovatore requería de los cuatro mejores cantantes del mundo en sus respectivas tesituras de soprano, tenor, mezzo y barítono, al que habría agregar un bajo. Cantar esta ópera es una prueba de fuego, un tour de force. Por ello, ni siquiera en los grandes teatros de ópera del mundo son frecuentes las dignas puestas en escena del Trovador. No hay medias tintas en esta ópera sombría: toda ella es exhibición de pasiones elementales: amor, celos, odio, ansias de venganza. Aun la guerra civil que ocurre como telón de fondo de las acciones individuales solo es una guerra simbólica entre dos hombres que se disputan a una mujer. Así de simple y primitivo.

Sin ser en conjunto excepcionales, los cantantes traídos por el flamante director artístico de la Ópera de Bellas Artes, Ramón Vargas, cumplieron, sin brillo —con alguna salvedad—, con sus tremendas responsabilidades. No hubo fluidez en sus interpretaciones: hicieron sentir al público sus enormes dificultades, entre otras razones, porque a veces iban desfasados de la orquesta, acaso medio compás atrás. El tenor italiano Walter Fraccaro, con buen volumen de voz, tuvo el temple y atrevimiento necesarios para afrontar el difícil papel de Manrico, pero su timbre era ingrato; su canto, poco elegante y sin línea y su estilo, más verista que verdiano. La mezzo brasileña Edinéia de Oliveiras, como la gitana Azucena, fue de más a menos: comenzó de manera impresionante, tanto vocal como escénicamente, y fue bajando su calidad hasta la discreción. Azucena es, de hecho, el eje de la obra. El barítono mexicano Jorge Lagunes, como el conde de Luna —el desalmado rival de Manrico—, también afrontó con decisión su papel, pero su afinación no siempre fue ortodoxa ni su canto elegante. El bajo español Rubén Amoretti —quien ya nos había demostrado sus habilidades en esa espléndida Condenación de Fausto de Berlioz, con Ramón Vargas— lució, una vez más, como Ferrando, su poderosa y profunda voz de bajo. Lo mejor de la noche, sin duda, fue la soprano Joanna Paris, como Leonora. Quizá por el horrendo vestido inicial a lo María Victoria que la pusieron, empezó incómoda, pero fue de menos a más, hasta el acto cuarto, en que tiene que lucir su habilidad y resistencia vocal.Recibió una merecida ovación.

El joven director italiano Federico Santi hizo sonar a la orquesta con dignidad y aplomo, pero a ratos perdía el control del conjunto y no lograba que los cantantes lo siguieran, produciéndose ocasionales desfases. El coro desempeña un papel fundamental en esta ópera, pero el de Bellas Artes sigue cantando demasiado fuerte. Seguimos echando de menos la mano maestra, disciplinada, de Xavier Ribes. De todos modos, fue muy digna su participación.

Al director escénico Mario Espinosa se le ocurrió representar un Trovador presuntamente futurista, con planetas a lo Holst en primer plano y en el fondo. Lectura forzada hasta lo irreconocible. Nunca nos desagradó la escenografía, pero no pasaba de ser un lindo ornamento.

Milenio