Friday, 19 de April de 2024

¿Qué vamos a hacer con los millennials?

Por Betzabé Vancini / /

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Hace un par de semanas tuve la fortuna de asistir a una plática que dio Rosana Reguillo a los estudiantes de nuevo ingreso en la Ibero Puebla. La Dra. Reguillo, la gran defensora de los jóvenes. Rosana les hablaba de lo estigmatizada que está su generación, esa, la de los Millennials, esos que no pueden poner atención a nada, esos que dependen de los dispositivos móviles, que tienen toda su vida en las redes sociales y que son –según los de la Generación X- incapaces de comprometerse con cualquier proyecto o causa hasta llegar a su fin. Ellos, los juzgados de accionistas light.

En estos días uso mucho Twitter, y no deja de sorprenderme la cantidad de odio e insultos que pululan en una red que tendría que ser más informativa que ofensiva. La gente está muy enojada, enojada con el sistema, con el otro, pero también enojada consigo misma.

“Ya sé por qué los odian tanto Millennials, son unos pendejos inconstantes”, decía un usuario en su tuit.  Y es que no es que no sean inconstantes pero, ¿es culpa de los Millennials serlo? O es que las generaciones previas les arruinamos la noción del compromiso y las posibilidades de materializar sus sueños al grado de volverlos la generación “Peter Pan” a la que sólo le queda soñar y posiblemente nunca crecer porque no les dejamos las bases suficientes para que lo hicieran.

Estas sociedades líquidas, como las llamaría S. Baumann, generan relaciones líquidas y personalidades líquidas y cambiantes. Afuera, el joven veinteañero millennial es el freelancer experto en marketing en redes, en derecho, en desarrollo comunitario, en la disciplina que sea, y dentro de casa, siguen siendo ese hijo “pequeño” que no acaba de independizarse y que, a dicho de sus padres, “parece no dar luz” de cambio o crecimiento.

Los Millennials están enojados y hartos. Están enojados con un sistema que los ha obligado a ser tan flexibles como la macilla de Play-Doh para poder sobrevivir. Hartos de no tener garantía alguna de que esa supervivencia sea factible y hartos de tener que etiquetarse en diagnósticos, tendencias y circunstancias que les denigran. Hartos de pelear con el género y sus ridículos roles, con las falsas expectativas que hay sobre el amor y la –ya muy comprobada como fallida- institución del matrimonio.

Cuando estos seres vulnerables van a terapia ofrecen una grama de problemas que va en todas las escalas de la contradicción de la misma vida que les ha tocado vivir: quieren asumirse como seres sexualmente no normados –o lo menos posible-, deconstruidos, liberales y a la vez, sienten el dolor cortante de una soledad que les lacera cada vez más conforme van aumentando sus veinte y se acercan peligrosamente los treinta.

Están ahí, flotantes en el océano de la incertidumbre y en la más fiera hambre de supervivencia que bien podría recordarnos a los planteamientos de Kundera.

“¿Qué vamos a hacer con los Millennials?” Se preguntan frecuentemente mis colegas académicos en las universidades. ¿Qué les vamos a hacer? ¡Pues nada! Acompañarles, ayudarles a surfear en la incertidumbre de la vida que les tocó vivir y además, ofrecerles en nuestra mano un vínculo ESTABLE, sí, estable compañeros, no a contentillo porque ese ir y venir es lo que han vivido en sus relaciones interpersonales a sus cortos años. Nos verán grandes, nos llamarán chavo rucos, pero quizá en algún momento nos reconozcan como los amigos que estaban siempre.

Espero tus comentarios en mi cuenta de Twitter @betzalcoatl

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