28 de Marzo del 2024

Hambre biológica vs Hambre emocional

Por Betzabé Vancini / /

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Ya estamos en marzo y muchos han abandonado sus propósitos de inicio de año de bajar de peso, comer mejor o hacer ejercicio. Esto se debe a que usualmente no ponemos metas realistas y si el propósito es el equivalente a subir una montaña, nos cansamos y abandonamos la empresa. 

Uno de los problemas más frecuentes que encuentro en terapia es la relación que establecen las personas con la comida. A veces la usan como fuente de satisfacción, como sabotaje, y a veces como escudo para evadir la realidad. 

Frecuentemente, me encuentro con el argumento “es que tengo hambre”, “todo el día tengo hambre” y les creo, pero ¿saben algo? El hambre puede ser emocional. Esto quiere decir que cada vez que tenemos una emoción intensa, agradable o desagradable, la conectamos con la sensación de vacío estomacal y entonces buscamos comer algo. Esto hace que muchas veces, en lugar de convertirse en una herramienta de autocuidado, se vuelva una forma de auto agresión, principalmente, porque después del atracón emocional, viene la culpa. 

Cómo saber cuándo es hambre biológica: 

0. Tu estómago hace ruido y se mueve. 

0. Podrías comer cualquier tipo de comida para parar la sensación de hambre. 

0. Cuando comes, en algún punto el hambre se sacia y puedes parar de comer. 

Es hambre emocional si:

0. Tienes “hambre” de un platillo en específico -por ejemplo, “quiero chocolate”-.

0. Mientras comes, ignoras la saciedad y sigues comiendo.

0. Se te antoja comer cuando no estás ocupado/a y/o cuando estás aburrido/a. 

0. Después de comer lo que se te antojó te sientes culpable y piensas que pudiste haber comido algo más saludable.

0. Tratas de seguir un plan de alimentación y frecuentemente fracasas en el intento. 

Cuando el hambre es emocional vemos a la comida como la única fuente de gratificación inmediata. Es decir, me encuentro triste -enojado, feliz, ansioso, entusiasmado, etc.- y entonces el alimento (ponga aquí su antojo frecuente) es reconfortante de alguna manera. Comemos para sentirnos bien, para decirnos “ya, ya, todo va a estar bien”, pero en realidad, esto no es muy distinto a darle a un niño una paleta para que deje de llorar. Es decir, la comida se vuelve una distracción y un consuelo temporal. 

Hay casos muy extremos, personas que literalmente comen hasta matarse. Pero también hay otros más sutiles: ese atracón de comida de domingo, ese bote de helado con la película, esa pizza de celebración... 

“Entonces, ¿es malo comer esas cosas deliciosas que se me antojan?” No, amigos. No lo es. Lo malo aquí es no hacerlo para satisfacer una necesidad biológica-emocional-cultural sino para enmascarar otras necesidades. 

La comida debe ser una herramienta de Autocuidado, fuente de salud, de bienestar, no algo que inmediatamente al terminar el último bocado vuelva a tu mente en forma de culpa: “no debí comerme eso”. Mi recomendación es llevar un plan balanceado que te permita tener una vida saludable y que no sea restrictivo, que te permita disfrutar de las cosas que te gustan y que eso no te saque de balance. La comida es maravillosa y las oportunidades de disfrutarla sanamente son infinitas.

Como siempre, me encantará leer sus comentarios vía Twitter en @betzalcoatl

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