Thursday, 28 de March de 2024

La sonrisa de una maestra de vida

Por Rolando Ochoa Cáceres / /

panza identifi

Había descubierto un acento más de felicidad en mi vida. Ella tenía 7 años cuando la conocí y por un instante supe que se iba a convertir en una pequeña maestra de vida para mí.

Cuando su madre me la presentó, la niña preguntó si teníamos una relación. Preferimos quedarnos callados y cambiamos el tema totalmente. Después sucedieron situaciones que nos unieron. En menos de un mes, los tres vivíamos en la misma casa con una serie de ansiedades y miedos, deseos y muchísimos sueños. De un momento a otro pasé de ser el hombre más soltero del mundo a una especie de figura paterna para ella.

Los miedos se presentaban con extensas preguntas ¿cómo me iba a comportar con una pequeña que no era mi hija? ¿quién era yo para ella? ¿qué era yo para ella? ¿cómo me incluiría en esa relación forjada con su madre? ¿somos una familia o un simulacro de familia? ¿era ya un padre de familia?

Comencé a tomar a consciencia ciertas responsabilidades que la gente me advertía que no eran mías y aun así intentaba, de alguna forma, darle a ella una vida probablemente distinta de la que llevaba antes. Probablemente.

Nuestra comunicación comenzó a consolidarse desde el juego y la broma, las risas, los bailes y canciones. Inventábamos letras, hacíamos covers y resultaban ser canciones con dedicatorias al gatito que teníamos como mascota. Ella jugaba ajedrez y en la semana jugábamos cierto número de partidas. En un cierre de curso, su profesor de ajedrez hizo una demostración a padres de familia y nos puso a jugar. Casualmente ella y yo ganamos todas las partidas en esa pequeña demostración.

Cuando fueron los juegos olímpicos de Brasil inmediatamente ella deseó hacer tanto deporte posible y una tarde sumamente lluviosa fuimos su madre y yo a comprarle balones de futbol, de basquetbol y de volibol. La inscribimos en los tres deportes y cada que yo pasaba por ella le preguntaba sobre sus avances y ella sonreía enormemente aun cuando a veces le costaba trabajo practicar. Hubo tardes que jugamos futbol y le enseñaba a parar y tocar el balón. Después se iba con sus amigas y yo regresaba tosiendo por mis años de tabaco.

De repente le entraron ganas de jugar videojuegos y recuerdo haber ido a casa de mi padre, saqué el nintendo que tenía guardado y al llegar a nuestra casa y conectarlo, pasamos horas frente a la pantalla jugando Mario Bros 3.

Recuerdo mucho su felicidad cuando mis hermanas le regalaron sendas bolsas de dulces, cobijas con muñequitos, juguetes…. Jugaba con mis sobrinos por horas y se presumían como primos.

Los momentos que me dolían demasiado eran aquellos en los que ella se enfermaba. Varias noches pasé junto a su madre desvelándonos para cuidar y procurar su bienestar. También me dolía el hecho de castigarla. Cuando su madre detectaba ciertas actitudes “complejas” recurría a mí y tomábamos la decisión de apartarla de un peluche por un tiempo. A veces no le permitíamos salir a jugar con sus amigas e insistíamos en hacerla consciente de su comportamiento. Yo no me metía tanto en esas decisiones pero tenía que defender la postura de su madre. Finalmente era ella quien decidía la manera de educar y yo, entre que era padre, amigo o el novio de su mamá, decía, según mi experiencia, lo que me parecía correcto.

Me asombraba demasiado escucharla jugar sola. Sus rumores y sus murmullos me emocionaban. Pensaba en la imaginación tan fuerte que tienen los niños y pensé en las maneras absurdas en las que vamos haciendo eso a un lado. También ella preguntaba demasiado y en realidad ella siempre tenía respuestas para todo. Yo le decía lo que mi razón disponía y ella preguntaba con todas las ficciones y el juego. 

Recuerdo mucho esas ocasiones que veíamos el futbol juntos. En un partido ella hizo banderitas para ondearlas mientras nuestro equipo metía gol.  Recuerdo también esas veces que me quedaba con su madre platicando en el comedor sobre cualquier tema y afuera, ella y sus amigos, se descargaban de risa de manera inagotable. Recuerdo también sus lágrimas en el cine y también sus pláticas sobre sus miedos, su fragilidad, sus temores. Recuerdo que fuimos juntos el 14 de febrero por libros ¡en bicibleta! y ella venció sus inseguridades. Recuerdo que se aplaudía, que se decía ¡sí pude!

También nos gustaba meditar. Nos colocábamos los tres en la postura deseable para meditar y ella se emocionaba para observar sus pensamientos y sus emociones.

Hubo una ocasión en la que se puso a leer mi libro de poemas de Fernando Pessoa e incluso lo tenía siempre en su pequeño buró para revisarlo no sé cuántas veces. Me parecía maravilloso que ella intentara de alguna forma penetrar en ese mundo tan tremendo que es el de Pessoa o por lo menos, intentaba meterse en mis gustos.

Después de la separación no volví a saber nada de ella y de vez en cuando la sueño corriendo, la sueño riendo demasiado y eso, al despertar, de alguna manera me alivia.

Con ella aprendí mil y un maneras de ser paciente y también a controlar mi temperamento. También aprendí a vencer mis miedos y ella me enseñó a ser sumamente fuerte. Recuerdo mucho sus porras cuando le dije que iba a dejar de fumar y así fue, no fallé a la promesa y llevo ya más de un año sin un cigarro encima. También aprendí mucho sobre el amor, la compasión y las formas del desapego. Me impresionaba su forma de querer y muchas veces frente a sus amigos decía que yo era su padre.

Al principio, mucha gente no estaba de acuerdo con mi decisión de intentar una familia con ellas y en realidad poco me importó su juicio. A veces me siento sumamente mal porque siento haberle fallado a ese pequeño ser que apenas parpadea la vida y es curioso que cuando me siento de esa forma, al meditar, suelo verla y escucharla reír.

Al final creo que todo valió la pena, no conseguí lo que aspiraba con mi ex pareja pero encontré una pequeña maestra de vida que seguramente estará riendo y es a quien siempre le agradeceré el haberme querido como amigo, como una especie de padre y como ser humano. Me aceptó totalmente y siempre me recibía con la sonrisa mágica. En ese pequeño universo encontré respuestas, encontré un camino hacia el amor y el perdón, hacia la compasión y la imaginación. Encontré un emocionante camino hacia la vida.