Thursday, 28 de March de 2024

Tiempo de Triunfos Robados

Por Yonadab Cabrera / /

yonachinguen ident

Torrance y Triunfos Robados fueron una inspiración para muchos adolescentes de mi época.

Aún sueño en el momento cúspide de mi carrera como porrista, ya hasta había pensado en ceder la posición de capitán a mi amiga Vero Rodríguez, pues por supuesto que ella se veía mejor que yo entallada en el uniforme de animadora, aunque he de decir que mis piernas lucen espectaculares, no le llegan a las de Verito.

Pero me conformaba con ser el segundo al mando y juntos idear y crear las grandes coreografías para participar en los concursos de porritas y aunque en México aún no eran muy populares, pensaba que gracias a nuestro talento y nuestra gimnasia sin problemas llegaríamos a Estados Unidos.

Y trabajé en el proyecto, hice la selección de porristas, hasta diseñé el uniforme, ya tenía algunas coreografías con machincuepas y todo; a la entrenadora, el lugar donde serían los entrenamientos, las porras, los patrocinadores, los rivales, era un proyecto al que le había dedicado tanto tiempo y por el que había trabajado tanto, no sólo en mis sueños o en mi mente, cada día hacía mi máximo esfuerzo para materializarlo.

Ya me veía en la cima de las pirámides, dando mortales, gritando “¡PAEEEEE! ¡PAEEEEEEEE! ¡La aaaa... aaaa. De PAEEEEEE!”, viajando a las playas para los concursos nacionales de porristas o saliendo en los programas de Televisa que en aquel 2001 y 2002 le daban tanta difusión a los equipos de animadoras gracias a Triunfos Robados.

Todo iba bien, pero jamás pensé en un pequeñísimo detalle, dejé pasar por alto un minúsculo detalle, el más chiquito e insignificante pero de más peso y trascendencia, se me había olvidado el último filtro para consumar mi éxito, el profe Celestino —director de la prepa— sí, el mismo que jalaba las patillas, que hacía llorar a cualquier alumna o alumno sólo con decirle su suerte o el futuro que le esperaba.

El que se oponía rotundamente a que las niñas usaran pantalón y los niños arracadas o aretes. El que nos obligaba a leer La peor mamá del mundo o El mejor regalo del mundo, las notas de El Sol de Puebla, El Contrato Colectivo de Trabajo de Luz y Fuerza o la Constitución Política de México, solo para mantenernos entretenidos si algún maestro faltaba a clase y no nos fuéramos de pinta.

Pero como el profe Celestino siempre era el principal promotor de las ocupaciones de los estudiantes, de las artes, los deportes, la ciencia y tecnología como en el Maratón, pues jamás imaginé su respuesta, no me la esperaba, es el día en que no concibo qué fue lo que salió mal y por qué no le agradó el proyecto, si a la escuela le saldría gratis.

Verán: entrenaríamos en las canchas de basquetbol, los uniformes los patrocinaría el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) o en su defecto mi abuelito, ocuparíamos las horas libres de la maestra de Jazz, la de ballet Folklórico, la de danza moderna, Tahitiano o cualquiera que nos quisiera enseñar y todos éramos unos atletas de alto rendimiento.

Pero cuando llegué a su oficina, recibí una mala señal que no supe interpretar, sino hubiera parado. La conversación fue más o menos así:

Yo, el porrista entusiasmado: profe Celestino...
Ni me dejó terminar.

Profe Celestino: AAAAaaaaay ¿Ahora qué quieres Ochoa?

Me respondió en tono de señor fastidiado.

Yo, el porrista entusiasmado: Como siempre perdemos en básquet, en fut, en volei y en todo lo que nos proponemos, le tengo una nueva idea.

Profe Celestino: AAAAAAAaaaaaaay ¿Cuál es tu idea?

Yo, el porristas entusiasmado: Hagamos un grupo de porristas para que motivemos a nuestros equipos y concursemos en los concursos de porristas.

Solo vi cómo le cambió la cara, sus ojos se pusieron rojos, le salió humo por la nariz y los oídos, y su bigote se movía por sí solo.

Profe Celestino: deja de decir tonterías y ponte a estudiar que ya bastante mal andas como para querer ser porrista... ¡Porrista! Hazme el favor.

Agarró mis hojas escritas a máquina de escribir porque no tenía computadora, mis bocetos de los uniformes y los tiró al piso, entró a su oficina, sacó un libro y me puso a leer.

Sí, me puso a leer...

Así fueron mis días de tristeza y depresión en la prepa.

Moraleja: jamás le cuenten a sus directores sus planes y proyectos de vida porque se los pueden truncar.

¡Claro! Chinguen al guapo.